Paradoxes and oxymorons, by John Ashbery

John Ashbery, a Singular Poet Whose Influence Was Broad, Dies at 90

Paradoxes and oxymorons, by John Ashbery.

This poem is concerned with language on a very plain level.
Look at it talking to you. You look out a window
Or pretend to fidget. You have it but you don’t have it.
You miss it, it misses you. You miss each other.

The poem is sad because it wants to be yours, and cannot.
What’s a plain level? It is that and other things,
Bringing a system of them into play. Play?
Well, actually, yes, but I consider play to be

A deeper outside thing, a dreamed role-pattern,
As in the division of grace these long August days
Without proof. Open-ended. And before you know
It gets lost in the steam and chatter of typewriters.

It has been played once more. I think you exist only
To tease me into doing it, on your level, and then you aren’t there
Or have adopted a different attitude. And the poem
Has set me softly down beside you. The poem is you.

«1984» by George Orwell

«The Ministry of Truth—Minitrue, in Newspeak—was startlingly different from any other object in sight. It was an enormous pyramidal structure of glittering white concrete, soaring up, terrace after terrace, 300 metres into the air. From where Winston stood it was just possible to read, picked out on its white face in elegant lettering, the three slogans of the Party:

WAR IS PEACE
FREEDOM IS SLAVERY
IGNORANCE IS STRENGTH»

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Máquinas expendedoras de relatos cortos

Máquinas expendedoras de relatos cortos para leer mientras esperas al bus

Esperar al autobús puede ser un verdadero rollo. Suele ser el momento en el que aprovechamos para mirar qué han compartido nuestros amigos en Facebook, contestar los 200 mensajes que tus amigos te han mandado en un grupo de WhatsApp o echar una partidita al Candy Crush. Los chicos de Short Édition han tenido una idea genial para que estos ratos de espera sean más amenos y, además, hagamos algo de provecho: una máquina expendedora de historias cortas.

Y es que varios estudios afirman que desde que surgieron los smartphones leemos menos, así que esta iniciativa busca “hacernos rehuir de la tecnología durante un rato y fomentar la lectura” mientras esperamos al autobús. Una de las cosas que más me gustan es que te permiten escoger entre historias de 1, 3 y 5 minutos, dependiendo de lo que le quede por llegar a nuestro transporte público. Ah, y por supuesto, de forma gratuita.

De momento, las primeras máquinas han sido instaladas en ocho espacios públicos de la ciudad de Grenoble (Francia), aunque ya existen iniciativas similares en otras partes del mundo.

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50 superb inspirational quotes from literature

50 SUPERB INSPIRATIONAL QUOTES FROM LITERATURE

Giving advice isn’t easy.

It takes real talent to combine eloquence and sagacity, not to mention courage to dish it out to all who will listen.

So then, who better to take advice from than famous authors? Whip-smart, erudite and well-mannered visionaries, some of these souls spent a lifetime picking apart human characters, burying advice we can all live by within their flourishes of inky genius. Whether we knew it or not, they taught us a lot.

This charming new infographic, design store MyPrint247 has compiled 50 brilliant quotes of inspiration from famous authors, divvying them up by categories including Laughter, Life, Success, Well-being, Writing, Past, Love, Happiness and Travel – you know, the important stuff.

Take, for example, Bram Stoker’s nice flourish from his masterpiece of macabre Dracula – “Knowledge is stronger than memory, and we should not trust the weaker.” Solid advice we can all adhere to, even beyond situations in which the undead don’t figure.

Some of our other favourite lines include Sylvia Path’s “The worst enemy to creativity is self-doubt”, Stephen King’s brutally frank “Get busy living or get busy dying”, and L.P. Hartley’s whimsical musing “The past is a foreign country: they do things differently there».

He wasn’t wrong. So start your future today by taking heed from these 50 pieces of excellent literary advice.

Recuerdos de una librería, George Orwell

Recuerdos de una librería, George Orwell

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Cuando trabajé en una librería de viejo –establecimiento que se suele imaginar, cuando no se trabaja en él, como una especie de paraíso en el que unos encantadores caballeros de edad curiosean entre infolios encuadernados en piel-, lo que más me llamó la atención fue la escasez de personas realmente aficionadas a los libros. Nuestra tienda tenía un surtido de interés excepcional, pero yo dudo que el diez por ciento de nuestros clientes supiesen distinguir un libro bueno de uno malo. Eran mucho más numerosos los esnobs de las primeras ediciones que los amantes de la literatura; más numerosos aún eran los estudiantes orientales que regateaban por los libros de texto baratos, y las más numerosas eran mujeres despistadas que querían un regalo para el cumpleaños de un sobrino […].

La verdadera razón por la que no quisiera pasar mi vida vendiendo libros es que, cuando lo hice, perdí el amor que les tenía. Un librero se ve obligado a mentir sobre los libros, y esto le provoca aversión hacia ellos. Y peor aún es el hecho de estar constantemente quitándoles el polvo y acarreándolos de aquí para allá. Hubo un tiempo en que me gustaban los libros; me gustaba verlos, tocarlos, olerlos, sobre todo si tenían más de cincuenta años. Nada me agradaba tanto como comprar un lote de ellos por un chelín en alguna subasta de pueblo. Hay un encanto especial en los viejos e inesperados libros que forman esas colecciones: poetas menores del siglo XVIII, antiguos gaceteros, volúmenes sueltos de novelas olvidadas, ejemplares encuadernados de revistas femeninas de la década de los sesenta. Para la lectura de los ratos perdidos –en la bañera, por ejemplo, o por la noche, cuando uno está demasiado cansado para acostarse, o en el cuarto de hora libre de antes del almuerzo-, no hay nada como un número atrasado del Girl’s Own Paper. Pero tan pronto como entré a trabajar en la librería dejé de comprar libros. Vistos en masa, cinco mil o diez mil a la vez, me resultaban aburridos e incluso levemente repulsivos. Ahora compro alguno, de vez en cuando, pero sólo si es un libro que deseo leer y que no puedo pedir prestado, y nunca compro libros antiguos. El delicioso olor del papel viejo ya no me atrae. Lo tengo asociado con los clientes paranoicos y con las moscardas muertas.

George Orwell
Recuerdos de una librería
Fortnightly, noviembre de 1936

Foto de Topher Hackney

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