Hoy, por fin, una buena noticia: es el primer cumpleaños de Håp. Un año ya desde que apareció en mi vida. Un año de mucho amor, de mucho cariño, de mucho cuidado, de absoluta lealtad, de muchas sonrisas, de muchos momentos felices, de muchos juegos… feliz cumpleaños, mi querido y amado Håp.
Gracias por existir. Gracias por lo que me has dado en este último año, tan duro como el anterior. Por muchísimos años más. Por muchísimos cumpleaños más. Por muchísimo más amor y lealtad. Al menos, tú y yo juntos.
Madre mía… 9 meses ya, papá, desde que el maldito virus te apartó de nosotros. Y no pasa un día sin que te recuerde y sin que te eche de menos. Te quiero, papá. Con toda mi alma.
«Ay, in the very temple of delight
Veiled Melancholy has her sovran shrine,
Though seen of none save him whose strenuous tongue
Can burst Joy’s grape against his palate fine;
His soul shall taste the sadness of her might,
And be among her cloudy trophies hung».
(“Ode on Melancholy” by John Keats)
Solo uno. Solo un beso. Solo un beso que no te pude dar antes de que te fueras. Solo un beso que, a día de hoy, un mes después, sigo sin poder darte para despedirte.
Te quise. Te quiero. Te querré siempre, papá.
¿Qué es más humano, unirse a los demás en una causa común o mantener la propia idiosincrasia contra todo y contra todos? El Centro Dramático Nacional María Guerrero acaba el año con Rinoceronte, un clásico del absurdo y un arma contra el conformismo y la comodidad social
Pepe Villuela es Berenguer en ‘Rinoceronte’, en el Centro Dramático Nacional
El apocado, bonachón y un poco piripi Berenguer, protagonista de Rinoceronte, aparece por primera vez en la obra de Eugene Ionesco en El Asesino, publicada en 1958 y después en El rey se muere (1962) y El peatón del aire (1963). En todas menos en una, Berenguer es un hombre sin ambición, ligeramente depresivo, que se convierte en héroe antisistema, por ser el único que ofrece resistencia a la apisonadora de la presión social. Y en todas acaba mal.
En El asesino, Berenguer descubre una ciudad radiante al lado de su casa; un espacio limpio, bello, ordenado y perpetuamente luminoso donde, como enTiffany’s, no te puede pasar nada malo. Lamentablemente, ese edén urbano y potencialmente distópico de la ciudad de París esconde un asesino en serie que mata tres personas al día empujándolas a un lago. Espantado ante el desinterés de las autoridades, la aceptación de sus habitantes y el narcisismo de sus políticos, Berenguer acaba enfrentándose al asesino en una discusión típicamente kafkiana donde los valores cívicos se revelan tanto o más absurdos que el crimen más aberrante.
Rinoceronte es una de las principales muestras del Teatro del Absurdo, un género inspirado en el absurdo existencialista de Camus y que agolpa a dramaturgos tan dispares como Samuel Beckett, Harold Pinter Alejandro Jodorowsky o Fernando Arrabal. La adaptación de Ernesto Guerrero en el Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional) empieza en una plaza de una provincia pequeña. Allí se encuentra Berenguer (Pepe Viyuela) con su buen amigo Juan (Fernando Cayo), que le achucha por descuidado y por empinar mucho el codo cuando, de repente, aparece un rinoceronte, o quizá dos.
Una epidemia transformadora
Tras de una larga discusión acerca de la naturaleza y origen del perisodáctilo, que incluye la intervención completamente absurda de un lógico profesional, todos y cada uno de los personajes de la obra se irán transformando en rinocerontes. Todos salvo Berenguer, cuyo proceso paralelo de transformación va de la neurosis al terror, a la indignación y, finalmente, a la resistencia total, solitaria y suicida. Como dice el lógico antes de sucumbir, «pensar contra la corriente de los tiempos es una heroicidad. Decirlo en voz alta, una locura».
Todos caen. Desde los abusones, como Juan, que siempre tienen razón (Samuel Beckett: ¿Qué hay de bueno en pasar de una posición insostenible a otra, en buscar justificación siempre en el mismo plano?) a los intelectuales que están sobrecivilizados y que encuentran estímulo en la barbarie. La amada de Berenguer se deja seducir por los cánticos, los cuernos en fila y las marchas sincronizadas. Y estos son los que resisten; la mayoría sucumbe felizmente al zumbido tranquilizador del consenso masivo, de lo políticamente correcto, encontrando una nueva fuerza en la colectividad. «La mente de los hombres necesita una verdad sencilla, una respuesta que responda a todas sus preguntas, un gospel, una tumba -barajaba Cioran en Sobre una civilización exhausta.- Los momentos de refinación esconden un principio de muerte: nada es más frágil que la sutileza».
Una adaptación con subtítulos para despistados
Rinoceronte es una obra sutil. Como todo el mundo sabe, se trata de una reflexión sobre el ascenso viral de los movimientos totalitarios, como el que Ionesco vivió en Rumanía en 1937-38 y el resto del mundo occidental, del 39 hasta el final de la guerra. Pero la pieza es tan austera que hasta Sartre le pareció seca: «¿Por qué hay un hombre que resiste? -se quejaba el francés cuando la obra se estrenó en París, en 1959 -Al menos podrían decirnos por qué, pero no, ni eso nos dicen. El resiste porque está allí». La producción del María Guerrero, pese a sus aciertos estilísticos y el trabajo superior de la mayor parte de sus actores, sufre precisamente de lo contrario.
Abrumados por la oscuridad de la metáfora, esta última adaptación brilla en la puesta en escena, que es imaginativa y tiene momentos deslumbrantes, pero intenta contemporizar la acción con una línea de puntos para que el espectador de 2014 -supuestamente más idiota que el de 1959 por la sobreexposición a los medios masivos, los videojuegos y los atentados en loop- vea la figura final y no se aburra ni se pierda. La sensación es que, como las traducciones de los libros difíciles, la obra acaba teniendo tres veces el tamaño del original, que es corto y áspero y difícil. Es posible que la obra gane en claridad pero, con el abandono de su su naturaleza absurda, pierde también gran parte de su radicalidad, por no hablar de su sentido del humor cósmico, el de reírse por no llorar.
‘El largo viaje del día hacia la noche’, la obra autobiográfica del Nobel norteamericano, se representa en el teatro Marquina hasta el 30 de noviembre. Sus protagonistas, dos grandes de la interpretación, desgranan para ‘Público’ este clásico
«Háblame No quiero quedarme dormido Los sueños están bien Pero es mejor estar contigo Mirar al mar Tomar el sol Arena y sal Ginebra y ron»
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Háblame No quiero quedarme dormido Los sueños están bien Pero es mejor estar contigo
Mirar al mar Tomar el sol Arena y sal Ginebra y ron
Túmbate, que si los dos estamos tendidos Se que así ya no te vas Me quedo mucho más tranquilo
Y al respirar La brisa y tú Me dais la paz El cielo azul, parece estar un poco más limpio
Y los que van a parar, siempre al mar volverán Somos igual, por favor, no me sueltes jamás No me quiero volver a perder Solo quiero estar donde tú estés
Grítame, que no te oigo con tanto ruido Necesito verte más Dame la mano que yo te sigo
Quiero correr Cerca de ti Si no está bien Podemos ir a conocer algún otro sitio
Y los que van a parar, siempre al mar volverán Somos igual, por favor, no me sueltes jamás No me quiero volver a perder Solo quiero estar donde tú estés
Y los que van a parar, siempre al mar volverán Somos igual, por favor, no me sueltes jamás No me quiero volver a perder Solo quiero estar donde tú estés Donde tú estés.
Por Manuel Rico | El 19 de agosto de 1936, Federico García Lorca era asesinado en algún barranco entre Viznar y Alfacar, en Granada.
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El 19 de agosto de 1936, Federico García Lorca era asesinado en algún barranco entre Viznar y Alfacar, en las afueras de Granada. Dos meses antes había cumplido 38 años y hacía justo un mes del golpe militar encabezado por el general Franco contra el gobierno del Frente Popular. Para los rebeldes, más allá de las razones de carácter local y de las circunstancias en que se produjo su asesinato (contadas con todo detalle por Ian Gibson y por Félix Grande en dos ensayos imprescindibles), el poeta formaba parte de uno de los sectores más odiados por los ideólogos del fascismo: la intelectualidad republicana. Federico García Lorcaestaba en el ojo del huracán de la renovación y democratización de la cultura española que se vivía en la República. Su condición de homosexual, además, hacía especialmente odiosa su figura a quienes se autoproclamaron salvadores de la “España eterna”.
SU ASESINATO, UN PRECEDENTE
La muerte de Federico supuso una conmoción en el mundo cultural en lengua castellana y, más allá, en la cultura universal. Puso de relieve la brutalidad de quienes habían decidido acabar con el gobierno democrático de la República y anticipó, en cierto modo, el ensañamiento que contra el mundo de la cultura se desplegaría a lo largo de los años posteriores: durante la Guerra Civil, en la postguerra inmediata y, en el ámbito europeo, antes y durante la Segunda Guerra Mundial bajo el dominio del nazismo.
En Federico García Lorca se concentraba, además, una serie de cualidades que hacían de él un ser excepcional y un creador de una magnitud pocas veces vislumbrada en la historia de la literatura española y, más allá, en la historia de la literatura universal (no sólo en castellano). Fue un poeta inabarcable, desde su casi adolescente Libro de poemas (1921) hasta el surrealismo de Poeta en Nueva York (1936) o del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), pasando por mundo en claroscuro, en el que se mezclan realidad y ensoñación, de los gitanos en Poema del cante jondo (1921) o en el Romancero gitano (1928) o por la delicadeza extrema deDiván de Tamarit (1936) o de sus canciones, sin olvidar el homoerotismo próximo a lo maldito de sus Sonetos del amor oscuro (1936). Fue un poderoso dramaturgo, tal y como mostró en obras como Bodas de sangre (1933),Yerma (1934), La casa de Bernarda Alba (1936) o un dibujante original y rupturista y no desdeñó acercamientos a la música clásica y popular: componiendo e interpretando. También nos mostró su condición de más que notable prosista en un libro iniciático, Impresiones y paisajes (1918).
POETA UNIVERSAL
Cuando fue asesinado, pese a su juventud, Federico gozaba de un reconocimiento universal y había demostrado un genio creativo sin paralelismo alguno entre sus contemporáneos. Junto a ello, es de destacar (algo que sin duda está también en el trasfondo de su asesinato) su compromiso con la cultura: con la más elaborada, a través de su aportación a la vida cotidiana y a la actividad intelectual y artística de la Residencia de Estudiantes (con Buñuel, Dalí, Juan Ramón y un largo etcétera de intelectuales republicanos), una institución regeneracionista y radicalmente democrática; y con la cultura popular, compromiso en el que destacó su labor, junto aMargarita Xingú, en “La barraca”, el proyecto que, hecho realidad, llevó el teatro clásico a los rincones más apartados de nuestra geografía. Con ello quiero subrayar que, junto a su trabajo como creador, mantuvo siempre una colaboración entusiasta con el empeño educativo, difusor de la cultura, “ilustrador” en el sentido más profundo de la palabra, de la República.
Por otro lado, Lorca contribuyó a hacer de la Generación del 27 una de las promociones con mayor capacidad renovadora de la poesía española de cuantas se expresaron a lo largo del siglo XX. Con los precedentes de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, poetas que abren nuestra lírica a la modernidad y la vinculan con las corrientes más activas en el ámbito internacional, los nombres de Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Emilio Prados, Gerardo Diego, Dámaso Alonso oManuel Altolaguirre, acompañantes de Federico en aquella experiencia poética colectiva (y a la vez fuertemente individualista), contribuirían al desarrollo de una auténtica “edad de plata” de la lírica española. Si a ello añadimos los estrechos vínculos de esta generación con la poesía latinoamericana (Huidobro, César Vallejo, Pablo Neruda…) no es difícil entender su importancia no sólo en el siglo XX, sino, más allá, en el propio comienzo del siglo XXI.
SU ASESINATO LO CONVIRTIÓ EN SÍMBOLO
¿Hasta qué cotas de creatividad habría llegado Federico en caso de no haber sido asesinado en plena juventud y en plena madurez creativa? Es imposible saberlo pero no es difícil imaginarlo si tenemos en cuenta el altísimo nivel medio de calidad de la obra que nos dejó. Lo que sí sabemos, no obstante, es que su trágica muerte lo convirtió, durante toda la posguerra y en los años previos a la transición española (incluso en la transición) en el símbolo de la brutalidad más extrema del franquismo, del asesinato cultural y físico, de la voluntad de exterminio de toda mirada crítica y de cualquier opción transformadora. Cierto que fue el primero, pero no fue la única víctima de esa brutalidad en el ámbito de la poesía: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas o León Felipe, como Juan Ramón, se convirtieron en símbolos de la España trasterrada, del exilio, durante décadas; Antonio Machado fue el símbolo de la muerte de quienes cruzaron el Pirineo para acabar en los campos de concentración del sur de Francia; Miguel Hernández simbolizó la muerte en las cárceles franquistas, Vicente Aleixandre, el exilio interior… ¿A qué seguir?
¿DÓNDE ESTÁN LOS RESTOS DE FEDERICO?
A 78 años de aquel asesinato, hay una zona de sombra que no deja de gravitar sobre la memoria de nuestra cultura y sobre la memoria colectiva de nuestro pueblo: ¿qué fue de los restos de Federico? No pocos intelectuales, comenzando por Ian Gibson, han mostrado su preocupación por las dificultades que, desde distintos ámbitos (también desde el familiar), se han puesto para la búsqueda de los restos del poeta. Durante un tiempo, sin embargo y en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, se realizaron distintas excavaciones. Fue en 2009 en la fosa de Alfacar, por iniciativa de la Junta de Andalucía y respondiendo a las peticiones de las familias de quienes fueron fusilados junto al poeta y a pesar de las reservas de la familia de Federico respecto a las excavaciones: el maestro Dióscoro Galindo, los banderilleros Francisco Galadí yJoaquín Arcollas, el inspector de tributos Fermín Roldán y el restaurador Miguel Cobo.
Aunque ha habido voces, además de la familia, que han expresado su oposición a que se sigan buscando los restos del poeta, no parece que sea la posición más acorde con la dimensión de la herida que el fascismo provocó en la España democrática. Al igual que, en nombre de la memoria histórica, exigimos que se atienda a quienes buscan a sus familiares desaparecidos durante y después de la guerra, existe un derecho colectivo a recuperar los restos de Federico. Se nos dirá que la familia del poeta no los reclama. Sin embargo, la personalidad del escritor y las circunstancias en que se produjo su asesinato desbordan el ámbito familiar. Comparto a este respecto la opinión que hace tres años, expresó Ian Gibson, el mejor biógrafo que ha tenidoGarcía Lorca, a La Vanguardia:«Lorca es una voz mundial y un enigma. Es el escritor más traducido de todos los tiempos. Me gustaría que hubiera un partido que fuera capaz de desentrañar la muerte de Lorca para que este país se sintiera en paz y reconciliado”, dijo. Y añadió: “España tiene que recuperar a sus muertos -continúa, y Lorca no es de la familia solo, que, además, apenas le conocieron. Él pertenece al mundo».
Mientras la España democrática no lo recupere en todos sus extremos y sus restos no estén enterrados en un lugar reconocible por todos, seguiremos sin cerrar esa inmensa herida. De algún modo, esa fue la apelación de Antonio Machado en el poema que le dedicó tras su asesinato:
“Se le vio caminar. / Labrad, amigos, / de piedra y sueño, en la Alhambra, / un túmulo al poeta, / sobre una fuente donde llore el agua, / y eternamente diga: / el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”.
Ante la dura recesión, ¿sólo caben recortes y reformas «agresivas»? El desbocado crecimiento del paro y del décit público, las convulsiones de la eurozona y, sobre todo, de los países periféricos, ¿no admiten otras salidas que las impuestas por el directorio franco-alemán y por nuestro gobierno? El autor de este libro-maniesto, Alberto Garzón Espinosa, el diputado más joven de la actual legislatura, anuncia que nos hallamos inmersos en un cambio de época, en un proceso rupturista que no acabamos de percibir en su totalidad. Los gobiernos, nos alerta, aprovechan la crisis para recortar derechos laborales y empeorar las condiciones de vida de la mayoría de ciudadanos, en un proceso de chinarización que amenaza con instaurar un nuevo régimen de semiesclavitud. Como consecuencia de todo ello, la rebeldía nace en los poros del sistema y se cristaliza en movilizaciones sociales como las del 15-M. Y no es para menos: en los últimos años las grandes empresas, la banca y las grandes fortunas han hecho caer, bajo el disfraz de los llamados «mercados nancieros», a gobiernos enteros, sustituidos por ejecutivos títeres, y han convertido la democracia en una farsa, en un elemento de márketing, desechable cuando el dinero de los poderosos está en juego. Garzón reta a la izquierda a saber leer la jugada del neoliberalismo y canalizar la indignación hacia un objetivo ambicioso: superar el actual sistema económico y político. Somos mayoría proclama este economista indignado los que objetivamente nos beneciaremos de una transformación sistémica como la descrita en estas páginas. Cada uno de nosotros, concluye, tiene que convertirse en un activista, porque convencer de esta realidad a otra persona, aunque sólo sea una, es ya toda una victoria.
Zadie Smith retrata en su libro, Londres, NW, los encantos de la metrópoli en versión extendida y sobrepasando las lindes de Camden Town y Picadilly Circus
Además, otras siete obras ofrecen una ruta perfecta por la capital británica a través de las letras
El colorido barrio de Kentish Town en Londres, que retrata Zadie Smith
Kebabs. Tarjetas telefónicas. Olor a fritanga afrocaribeña. Viviendas de protección oficial. Pubs sin moqueta, alcohol rancio, bosques y una serie infinita de palabras que transportan directamente a un territorio muy concreto: Londres, NW. O lo que es lo mismo, el noroeste de Londres. La última novela de Zadie Smith, la gran apuesta literaria del año de Salamandra, es un homenaje al norte de la metrópolis en su versión más amplia. Willesden, Kentish Town, Golders Green, barrios «ingentrificables», como define un personaje de la novela, donde se entremezclan voces muy distintas y un extraño sentido de comunidad que trasciende. El noroeste les define, casi a pesar suyo.
Zadie Smith demuestra que hay mundo más allá de Camden y Hampstead Heath. Espacios con nombre que significan para quien los transita, y que cuentan historias de aquellos que los habitan. Como esta, hay otras obras que han recorrido Londres, redimensionando la ciudad y dotándola de vida, mostrando una urbe a veces odiosa y difícil, siempre extrañamente seductora. He aquí un pequeño paseo por Londres a través de algunos libros que la describen:
Sábado (2005), Ian McEwan: Henry Perowne, un reputado neurocirujano se despierta al amanecer en su casa del elegante barrio de Fitzrovia, enLondres. Una luz en el cielo, que resulta ser un avión en llamas, le impide volver a la cama. Insomne, Perowne comienza a deambular, primero por su casa, y más adelante por la ciudad, en busca de todas aquellas cosas que necesita antes de una cena familiar que se presenta compleja. McEwan construye aquí un relato de un día en la vida de un hombre recto y racionalista, adentrándose en sus miedos, deseos y deberes, mientras la ciudad se visibiliza como un marco gigante, a ratos frío y peligroso, a ratos amable y vulnerable.
Principiantes (1959), Colin MacIness: El chico es fotógrafo, adolescente, y tiene aspiraciones. Vive en el distrito de W10, cerca de Ladbroke Grove. Su exnovia es Crepe Suzette, que busca sin cesar chicos negros. Su amigo hace de chapero en Chelsea para los pudientes, y su padre lleva escribiendo un libro titulado La historia de Pimlico. Colin MacInnes describe aquí el Londres de 1958, a punto de estallar de puro disfrute, lleno de teddy boys y mods, dónde se entremezclan ricos y diletantes, jóvenes verdaderamente jóvenes y una ciudad barata, coqueta, musical y, por una vez, libre de prejuicios.
La tierra baldía (1922), T. S. Eliot: «Ciudad Irreal, bajo la parda niebla del amanecer invernal», rezaEl entierro de los muertos, el primero del conjunto de poemas que cambiarían la poesía del siglo XX. Por el puente de Londres transitan lo que parecen almas en pleno purgatorio, tras la debacle de la guerra. Si abril era el mes más cruel porque volver a sentir duele, la escarcha a la que se refiere constantemente Eliot, era, sin duda, una escarcha londinense.
Campos de Londres (1989), Martin Amis: Si la venganza tiene que llegar, lo hará en Portobello. Esta podría ser una ocurrencia de Amis, que sitúa en el oeste de la ciudad su tragicomedia oscura, en la que una chica que sabe que va a morir va en busca de su asesino. La degradación moral, el miedo a la ciudad apocalíptica y el deseo corrupto se entremezclan en una obra en la que los campos no son verdaderamente espacios verdes y de sosiego, sino puramente terrenos de batalla para una guerra tan estéril como el narrador, Samson Young, un escritor incapaz de escribir durante más de veinte años.
El Napoleón de Notting Hill (1904) de G. K. Chesterton: La primera novela del implacable autor es imposible de clasificar. A caballo entre la fábula de ciencia ficción, la parodia y la sátira social, Chesterton maquina una desopilante mirada al futuro, imaginando cómo sería Londres en 1984. ¿El resultado? Una aburrida y desganada población gobernada por un despotismo ciudadano risible, en el que el rey es elegido por orden alfabético. Cuando le toca el turno a Auberon Quin, amante de las burlas y los chistes, la cosa se complica: sus alardes con respecto a los distritos de la ciudad son tomados en serio por Adam Wayne, que defenderá su Notting Hill a capa y espada.
Intimidad (2000), Hanif Kureishi: Sería mucho más fácil incluir El buda de los suburbios, Mi hermosa lavandería o El cuerpo, tres obras de Kureishi que posiblemente describen Londres de una manera mucho más evidente y antropológica, pero esta nouvelle autobiográfica es de las pocas que explora, aunque sea íntimamente, la separación entre el norte y el sur de la ciudad. Jay, un hombre de mediana edad, está a punto de dejar a su mujer y a sus dos hijos por su amante, una mujer joven. Él es un escritor de éxito que pulula por el noreste burgués. Ella es una hippie tímida que comparte piso en el -según el narrador- horrible y enmoquetado sur. Las consecuencias de los actos de Jay le torturan justo antes de tomar la decisión final, sabiendo que una vez que cruce ese río, será como el Rubicón y no habrá vuelta atrás.
From Hell (1989-1996) Alan Moore y Eddie Campbell: «Te diré dónde estamos. Estamos en el rincón más extremo y absoluto de la mente humana. Un submundo sombrío. Un abismo radiante dónde los hombres se enfrentan a sí mismos. Estamos en el Inferno». Si hay una obra que -¡literalmente!- diseccione Londres es este descenso al averno en busca de Jack el Destripador. Sin preocuparse por quién hizo qué Alan Moore realiza un viaje a través de la ciudad victoriana y sus crímenes, entendiéndolos como unos sacrificios rituales para la ciudad misma. Las iglesias de Hawksmoor, el obelisco de Cleopatra, los pasillos y tabernas de Aldgate son la clave psicogeográfica, ya no el escenario, que desentrañará el por qué de tanta sangre.
Los rostros de cinco mujeres protagonizan esta campaña promovida por la Asamblea Popular de Tetuán, un barrio madrileño, que trata de hacer visibles las situaciones de pobreza que se viven en los barrios y que son desoídas por las autoridades
Olvido, dos hijas. Tanto ella como su marido están en el paro. Acumulan una deuda de 435 euros con el Canal de Isabel II.
Marta, está pendiente de un proceso de desahucio.
Silvia, tiene dos hijas de 10 y 7 años y no puede pagar ni la luz ni el gas.
Carmen, jubilada. Tiene que salir adelante con una pensión de 365 euros que no le llega para hacer frente a sus gastos y que le obliga a ir cada 15 días al Banco de Alimentos a surtirse de lo más básico.
Juana, cobra 600 euros de una pensión de viudedad y con eso tiene que mantener a sus hijas y a sus tres nietas. El agua se la cortaron por falta de pago y le cobraron 75 euros por volver a engancharla.
Son solo algunos de los rostros de la crisis. De esa crisis económica, humanitaria y de valores que asola España y para la que aún no se vislumbra el fin.
Cinco mujeres con cinco historias y bagajes muy distintos que comparten un sentimiento común: la angustia por el futuro, la angustia por no saber si mañana tendrán dinero para comprar comida para su familia, o para pagar las facturas que se acumulan, o para saldar sus cuentas pendientes con el banco o con el casero.
Sus rostros protagonizan la campaña ‘Invisibles de Tetuán’, una iniciativa promovida por la Asamblea Popular de Tetuán, que trata de hacer visibles las situaciones de pobreza que se viven en los barrios y que son desoídas por las autoridades.
El movimiento nace el 27 de diciembre de 2013. Ese día el Ayuntamiento de Tetuán (Madrid) intenta precintar el local del Banco de Alimentos de la Asamblea de Tetuán del 15M. Ellos se niegan. Posteriormente se reúnen con representantes de ese consistorio que aseguran que “no ven” necesidades en el barrio. Ellos deciden hacerles ver la realidad que ignoran.
Retratos con semblante serio de estas cinco mujeres empiezan a empapelar las calles de este combativo barrio madrileño para visibilizar los casos que el consistorio “no ve” y concienciar de la necesidad de lucha por los derechos de todos los ciudadanos.